Qué malo es estar malo…

Ernesto tiene un negocio. Es director y propietario de una empresa que fabrica calzado artesanal y muy caro. Todo se hace a mano, es de la mejor calidad y se vende a un precio muy alto. Esta mañana han surgido unas complicaciones con el pedido que embarcaron hace una semana con destino a Estados Unidos. Una casa de moda con sede en Nueva York compró muchos pares, pero no quiso gastar en transporte por avión. Decidió transportarlo por mar, pero surgieron problemas. Ernesto acaba de enterarse de que el barco estuvo a punto de irse a pique y que algunos de los contenedores con la mercancía se cayeron al agua. Es la primera vez que le ocurre eso y Ernesto está muy nervioso. Llama a su socio Diego que es además co-propietario de la empresa. Diego tarda en responder:
Descuelga y le dice a Ernesto, sin siquiera saludarle:

– Dime, ¿qué quieres?
– Hola, ¿estás en la oficina ya? Es que estoy atrapado en un atasco, ¿te has enterado ya del lío? Vengo en un cuarto de hora y decidimos lo que hacemos.
– ¿De qué estás hablando? No estoy en la oficina ni voy a decidir nada. Estoy en casa con una fiebre altísima y un dolor de cabeza tremendo.
– ¡Qué dices! ¿Qué estás dónde?
-Te digo que estoy en casa, tumbado, tomando aspirinas e intentando dormirme.
– No puedes hacerme eso. Tienes que salir urgentemente para Barcelona. Hacer la maleta e irte, ¿me oyes? ¿Qué te notas exactamente?
– Pues me noto lo siguiente: dolor de cabeza, dolores musculares, malestar general. Ni siquiera pude ir ayer al bautizo de mi sobrina y cancelé el partido de pádel, no te digo más.
– Bueno, bueno, concéntrate, te necesito para solucionar el problema. Iría yo mismo a Barcelona para ver qué ha ocurrido, pero mañana tengo una reunión importantísima. ¿Prefieres ir a la reunión en vez de mí? No será fácil, te aviso, nuestros socios franceses vendrán para negociar los descuentos.
– Bueno, a intentar ir a Barcelona, te lo prometo. Te paso con mi mujer y se lo cuentas todo. – Se pone la mujer de Diego.
– Hola, ¿cómo estás?
– Hola, yo bien, pero mi marido, mal. ¿Es tan urgente todo eso? Es que una vez viajó con fiebre en avión y por cambios de tensión se desmayó. Menos mal que había un médico entre los pasajeros y le echó una mano. Bueno, a él y a toda la tripulación que estaban muy asustadas las azafatas. Imagínate, un hombre joven y aparentemente sano pierde el conocimiento.
– Sí, muy desagradable el caso. Oye, ¿y si vais en tren? Lo llevas a la estación y viajará sentado en primera clase. ¡Tengo una idea! ¿Por qué no os vais los dos y os pago el viaje y el hotel? Y así podrás cuidar de él…
– Vale, gracias. Voy a hacer la maleta. Te aviso que mi marido está completamente congestionado. Tiene un aspecto lamentable, la verdad.
– Pero ¿cuántas cosas tiene? Un buen zumo de naranja le sentaría fenomenal.